jueves, 5 de enero de 2012

LA FLORISTA


LA FLORISTA

(Finalista en el certamen Relatos de Invierno diario Ideal ) (Navidad 2006)


Comenzaba diciembre en aquella pequeña ciudad nevada y fría. Delya decoraba con gran ilusión la tienda de flores que pensaba inaugurar al día siguiente. El camión del vivero acababa de aparcar en la puerta de la pequeña floristería que Delya había conseguido montar, con mucho esfuerzo, tras varios años de ahorro y privaciones.
Al morir su padre, abandonó su pueblo, se había quedado sola en el mundo, solo contaba con la inestimable compañía de su perrillo Cuco, que era el único que le hacía olvidar sus problemas y le arrancaba alguna sonrisa.
Los empleados del vivero la sacaron de sus pensamientos, haciéndole preguntas sobre el sitio donde debían poner las cosas. Descargaron un montón de abetos plantados en preciosos tiestos, listos para ser decorados en casa.
También dejaron lindas macetas con flores de pascua de un color rojo chillón, que imprimían un ambiente muy navideño al lugar, y sobre el mostrador había multitud de arreglos florales con lazos de colores y flores maravillosas que se convertirían en el centro de las mesas en nochebuena.
Delya se quedó extasiada mirando las flores, aunque a ella las que de verdad le gustaban eran las margaritas, tan humildes, pero a la vez tan blancas, con su botón dorado. Le recordaban su infancia en el campo, cuando era una niña que amaba la naturaleza y soñaba con ser florista.
El empleado del vivero le extendió la factura que ascendía a una buena cantidad. Delya acordó que pagaría pasada la Navidad, cuando hubiese realizado la mayor parte de las ventas.
Cuando el camión se marchó, con mucha ilusión comenzó a colocarlo todo. Puso los pascueros en el pequeño escaparate y en el centro colocó un bonito Belén antiguo, herencia de su abuela, que tenía el Niño Jesús mas regordete y sonrosado que ella había visto nunca. Le encantaba este Nacimiento, por lo que pensó, que sería una buena idea tenerlo en la tienda.
Era tarde cuando terminó de arreglarlo todo, y se marchó a su casa. Aunque tenía sueño y estaba cansada, se puso a preparar unas octavillas, escritas por ella misma, para informar a sus vecinos de la apertura de la pequeña floristería.
Su perrito Cuco, que se llamaba así por lo avispado que era, la miraba con ojitos atentos, sabedor de la importancia del trabajo de su amita. Delya le acarició las orejitas de punta y le dedicó una tierna sonrisa.
A la mañana siguiente madrugó y repartió la propaganda que había preparado y después fue a abrir la tienda.
Pasaron horas y nadie entraba, la gente miraba el escaparate, pero nadie se aventuraba a entrar.
Delya se armó de paciencia y esperó y esperó, pero al final de la tarde nadie había traspasado el umbral.
Estaba desanimada y casi con lágrimas en los ojos, cuando un niño de unos diez años abrió tímidamente la puerta. Delya se apresuró a saludarle y el niño pregunto el precio de un centro de flores que había en el escaparate. Se veía que tenía buen gusto, pues se había fijado en el mas bonito de todos. El niño le explicó que se madre llevaba varios días ingresada en el hospital y que quería poner algo alegre en aquella habitación tan triste. Delya le indicó que valía cincuenta euros y el niño metió la mano en el bolsillo y extrajo un billete arrugado de cinco euros y unas monedas de dos céntimos. Muy triste bajó la cabeza y se dispuso a marcharse. Delya salió tras de él y le cogió del hombro.
- No me has dejado terminar, le dijo, he decidido que mi primer cliente lleve su compra gratis, y ¡fíjate que suerte has tenido, ese cliente eres tu! -
Al chico se le iluminaron los ojos, cogió el precioso arreglo floral con sumo cuidado , le dio repetidamente las gracias y se marchó.
Delya quedó desolada, no solo no había vendido nada en todo el días, sino que se permitía regalar las cosas. De seguir así, el negocio no duraría y tendría que cerrar.
Cuando volvió a casa, ni las caricias de Cuco lograron arrancarle una sonrisa, se sentía abatida, pero no lograba olvidar la cara tan triste del pequeño y la gratitud que vio en sus ojos al salir.
Decididamente no se arrepentía de haberle regalado las flores.
Los dias y las semanas que siguieron transcurrieron de la misma forma, apenas alguien entraba a preguntar algún precio, pero nadie compraba. Las macetas se estaban estropeando, las flores cada vez mas marchitas y los abetos …¡parecía que nadie celebraba la navidad en aquella ciudad!
Cuando volvió a casa, la noche antes del veinticuatro de diciembre, Delya lloraba en silencio.
Su sueño de ser florista había sido un fracaso, no solo no había ganado nada, sino que ahora debía afrontar la factura del vivero. Como estaba muy cansada se quedó dormida y soñó que el pequeño niño Jesús regordete se bajaba de su pesebre y se paseaba por la tienda y allí por donde pasaba, todo se llenaba de vida, las flores se ponían preciosas, todo brillaba y parecía mágico.
Al despertar, muy triste, fue a abrir su tienda y al levantar la persiana, se quedó paralizada y con los ojos como platos. Dentro de la tienda había un resplandor dorado que lo iluminaba todo, las flores lucían en su máximo esplendor, los abetos estaban todos decorados con bolas brillantes y lazos dorados y los centros de flores eran los mas hermosos que cabía imaginar.
Pensó que ahora sí estaba soñando, pero la voz de una anciana muy elegante, la sacó de su ensoñación cunado le dijo:
-Señorita prepáreme el abeto mas bonito que tenga.
Al ir a cogerlo, vio una larga cola de personas que esperaban su turno para comprar en su tienda, y en la esquina de la calle estaba el niño, que semanas atrás había llevado el centro de flores a su madre, y que ahora le sonreía con cara de felicidad y la saludaba con la mano.
Una señora que estaba en la cola, le decía a otra:
-Ha sido milagroso, la mujer estaba a punto de morir, cuando su hijito apareció con un centro de flores preciosas. Inexplicablemente mejoró al tocarlas. Los médicos están atónitos, pero ya le han dado el alta y pasará en casa la nochebuena.
Delya se quedó perpleja al escucharlas, pero siguió atendiendo a todo el mundo. Y al sacar del escaparate la última flor de pascua que le quedaba, pues había vendido todo lo que tenía en la tienda, se fijó en el Nacimiento que había colocado entre los pascueros y tuvo que parpadear varias veces pues le pareció que el Niño Jesús tenía una sonrisita extraña y le había guiñado un ojo.



Mª José Ruiz de Almirón Sáez


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