UN
VILLANCICO JUNTO AL BELÉN
(Relato finalista en el concurso de relatos de invierno del diario IDEAL de Granada, año 2005).
Aurora preparaba cada año la
Navidad con esmero. Sacaba del altillo la caja con las figuritas que componían
aquel pueblecito tan cálido, a pesar de la nieve artificial, donde cada año
nacía el Niño Jesús, entre un San José y una Virgen María de cara complacida,
al calor de una mulilla y un buey al que ya faltaba un cuernecillo, pero no importaba,
porque seguía cumpliendo su misión de calentar al Niño.
Luismi,
el único hijo de Aurora y su marido Miguel, vibraba de felicidad mientras
montaban el Belén, y aunque era un chiquillo, competía con su padre, instalando
luces de todo tipo en el interior de aquellas casitas donde se desarrollaban
escenas cotidianas de la vida hebrea.
Cada nochebuena, Aurora, Luismi y
Miguel, cantaban varios villancicos delante del Belén, los tres cogidos de la
mano, haciendo un corro y riéndose a carcajadas, sobre todo Luismi, que se
divertía mucho, y cada Navidad soñaba con ese momento.
Cuando
Luismi terminó su carrera y hubo de abandonar España, para trabajar en una
importante multinacional en Estados Unidos, la familia comprendió que ya la
navidades serían distintas, aunque prometieron que cada Nochebuena, si no
podían estar juntos, cantarían, al menos un villancico junto al Belén, y por
unos instantes creerían que el Niño Jesús les había vuelto a unir.
Las navidades que Aurora y su
marido pasaron solos fueron un poco más tristes, pero Luismi llamaba
puntualmente cada nochebuena para recordar que había que cantar junto al Belén,
y sus padres con lágrimas de emoción cantaban el villancico junto a Luismi, y
la línea telefónica les hacía sentirse, de nuevo, unidos.
Este año, sin embargo las cosas
se presentaban peor, al quedar viuda, Aurora se sumió en una profunda tristeza.
Luismi voló desde Estados Unidos para estar unos días con su madre, y vio el
estado lamentable en el que se encontraba, le rogó que se fuese a vivir con él
y su familia, pues Luismi ya estaba casado y era padre de dos preciosos
chiquillos de ojos azules, que no conocían a su abuela, pero Aurora declinó la
invitación, aduciendo que, a su edad, no podría acomodarse a la vida en otro
país, y Luismi, con lágrimas en los ojos, entendió la decisión de su madre, y
con el corazón hecho trizas volvió a su vida en Nueva York, no sin antes hacer
mil advertencias a Candela, la señora que cuidaba de Aurora.
Al
llegar el veinticuatro de diciembre, Aurora estaba ansiosa junto al teléfono,
esperando la llamada de Luismi para cantar junto al Belén, que como cada año,
había vuelto a instalar, aunque sin luces, ya que ella no entendía de cables.
Eran las nueve de la noche y su hijo no había llamado, era raro, porque él
solía hacerlo puntualmente, sin que importara el cambio horario. Pasadas las
diez, Aurora seguía inmóvil junto al teléfono esperando que sonara, incluso
ella le llamó varias veces, pero nadie respondió al otro lado de la línea. Candela
se acercó suavemente y le susurró: _Doña Aurora, vamos a cenar, su hijo debe
haber tenido algún asunto importante que le ha impedido llamar, mañana lo hará
con seguridad_
Aurora
se levantó y lentamente fue hacia la mesa, el nudo que tenía en la garganta le
impedía casi respirar, estaba segura de que no podría ingerir alimento alguno.
Estas serían las primeras navidades en las que no cantaría junto a su hijo… En
ese momento, el timbre de la puerta sonó. Candela esbozó una imperceptible
sonrisa y fue a abrir. Aurora siguió sentada a la mesa, perdida en su tristeza,
pero algo le hizo levantar la mirada y experimentó una visión: Luismi y su
familia estaban en el umbral de la puerta del salón.
Aurora olvidó su reúma y saltó de
la silla para abrazar a su hijo, a su nuera y a sus preciosos nietos. Luismi
explicó que acababan de aterrizar y que venían para quedarse, ya que la empresa
para la que trabajaba, había abierto nueva sucursal en España. Aurora pensó que
se desmayaría de felicidad. Entonces
Luismi dijo: _ Bueno, se hace tarde, hay que cantar junto al Belén o el Niño
Jesús se va a hacer mayor antes de que empecemos_. Todos rieron a coro y Aurora
vio de nuevo a su familia unida, incluso sintió a Miguel, su marido, cogido de
su mano, entonando aquel villancico, que este año sonaba especial, con aquel
acento neoyorquino que imprimían sus nietos y su nuera.
Por
la mañana, al despertar, Aurora recordó el sueño tan bonito que había tenido
esa noche, y hubiera dado su vida por que fuera realidad. La tristeza comenzó a
invadirla de nuevo y dos lágrimas amargas rodaron por sus mejillas. En ese
momento, la puerta del dormitorio se abrió y dos chiquillos en pijama y con el
pelo revuelto entraron alborotando, mientras gritaban: -¡Abuela, abuela, Santa
Claus ha dejado cosas para ti en el árbol, ven a verlas!