lunes, 25 de marzo de 2013

EL GATO DE TRES COLORES



EL GATO DE TRES COLORES

 

Relato finalista en el concurso convocado por Aldeas Infatiles SOS, (28 DE ABRIL DE 2005)y que forma parte, junto con los de escritores  como Antonio Gala, Manuel Leguineche, Alejandra Vallejo Nájera y Gloria Fuertes entre otros, del Libro HISTORIAS MÁGICAS Y VERDADERAS editado por JdeJ Editores.

 

            El tímido rayo de sol que penetra a través de la rendija de la ventana, ilumina mis ojos y despeja mi mente del cálido sueño matutino. No se percibe ruido alguno, a excepción de algunos gorjeos de pajarillos que, descarados, van y vienen por entre las ramas de un cerezo cercano. Es uno de esos días claros que permiten apreciar, en la lejanía,  la sutil línea del mar desde u no de esos altos pueblecitos de la Alpujarra Granadina.

            Al salir, la brisa fresca roza mi cara. No hay nadie en la calle, tan solo, en la distancia, se puede adivinar la borrosa silueta de un agricultor. Nunca había visto  tan cerca las cascadas de geranios cubriendo las fachadas pulcramente encaladas. El derroche de color en los balcones cuajados de Prímulas, fucsias, begonias y alegrías impregnan mis sentidos.

            ¡Estoy sorprendida! No puedo dejar de imaginar la dulzura de estos racimos que cuelgan de una parra que sube sinuosa hasta un terrado. En septiembre estarán en ese punto de madurez que sólo este sol puede dar.

            Es un placer pasear por estas callecillas empedradas y empinadas, con miles de recovecos y pasadizos, donde se estira, perezoso y largo, un gato de tres colores.

            “¡Qué raro!”, pienso.

            _“Una gata, señorita, es una gata” _me comenta una anciana vestida de negro, con un pañuelo igual de negro en la cabeza.

            _ Dicen que cuando un gato tiene tres colores en el pelo siempre es gata, y yo de toda la vida lo he visto así_  añade la anciana

            Sonrío y no sé qué decir ¿Cómo ha sabido lo que estaba pensando? ¿Y cómo la entiendo? yo no hablo español.

            Continúo mi paseo . El murmullo de los pajarillos es acompañado por el sonido de una chicharra y pienso que hoy va a hacer calor. ¿Cómo lo sé?.  Yo nunca he estado aquí antes.

            Un olorcillo a bollos recién hechos guía mis pasos hacia una casa que luce un letrero pintado a mano donde puede leerse “Horno”. Salgo mordiendo  una delicia que no sé describir  y que me ha costado muchísimo elegir entre todas las cosas ricas allí expuestas. Pienso en todos esos millonarios en sus yates con tripulación uniformada, desayunando en cubierta, en algún punto del Mediterráneo, y sé que no son tan felices como yo en este momento.

            Siento una paz interior que me inunda y unas chispas en el estómago que he oído decir que son explosiones de alegría. Tengo suerte de ser testigo de este paisaje. Un gato mimoso, éste de un solo color, por lo cual ignoro a que sexo pertenece, se frota en mis tobillos. ¿Qué tienen los gatos en su movimiento que transmite tanta quietud?

            Ya en campo abierto, un caminillo me conduce hasta una fuente donde el reflejo del sol me hace daño en los ojos. ¿Y el agua? ¿A qué sabe esta agua?. Debo haber hecho la pregunta en voz alta, porque un chiquillo de apenas siete años, con la cara llena de churretes, los pelos revueltos y aspecto desnutrido contesta: “Esta agua sabe como cuando chupas un euro”.

            Se refiere a ese saborcillo metálico que tienen las aguas con alto contenido en hierro. Sonrío de nuevo.

            El niño mira insistentemente el dulce de mi mano y sus ojitos denotan hambre y deseo. Se lo doy y su cara se ilumina de oreja a oreja. ¡Qué fácil es hacer feliz a un niño!

            Él mete la mano en su bolsillo y me la tiende con la palma abierta. ¿qué es ese objeto pequeñito que hay en ella? Parece una cestita tallada en un hueso de aceituna. Nunca había visto nada parecido. De nuevo hace un ademán para que la coja: _”Tómala la he hecho yo mismo”_

            La deslizo en la cadenita que llevo al cuello y le agradezco el regalo con un beso. Vuelvo a mirarla con curiosidad, y al levantar la mirada, el niño ya ha marchado corriendo monte abajo.

            Ahora veo más de cerca al agricultor. Va de un sitio a otro en lo que parece un gran huerto. Cerca, un enorme perro de raza indefinible, dormita en el zaguán. No sé por qué, aquí todo el mundo parece feliz, reconciliado con la vida…yo también.

            En ese mismo instante pero a cientos  de kilómetros un bip- bip monótono suena en la  penumbra de una habitación en un hospital al sur de Francia. Es un día gris, cubierto por una densa neblina que acentúa el calor y el efecto de la contaminación que cubre la ciudad.

            Una mujer de mediana edad mira a través de la ventana, con la vista perdida, los ojos enrojecidos y las mejillas arrasadas por las lágrimas. ”Sólo tiene catorce años –piensa-, no es justo que se encuentre en esta situación. Una niña tan buena, tan estudiosa, tan dispuesta a ayudar a los demás. Mi hija merece otra oportunidad. Ese maldito accidente de moto . ¿por qué no se puso el casco? Siempre lo hacía. ¿Qué pasó aquella mañana? Miles de preguntas se agolpan en su cabeza.

            La mujer se vuelve amorosa hacia el lecho donde yace en coma, desde hace dos días, su hija. La examina con atención buscando un movimiento, un leve pestañeo, algo que indique que está viva. Pero el monitor que dibuja la serpenteante línea verde es su único indicio de que  la vida permanece. Le coge la mano inerte y … nada. Pero, ¡un momento!, ¡una ligerísima presión parece oprimir sus dedos!, ¿lo habrá imaginado?.  El corazón se le desboca. Pone toda su atención. Parece que el monitor ha acelerado su ritmo. ¡Dios mío! ¿será cierto?... Y como respuesta a su muda pregunta, Cristine abre tenuemente los ojos. Hay en su cara una expresión plácida y sonríe. Su madre no puede contener el llanto, pero esta vez de felicidad.

            La madre aprieta el llamador con impaciencia, y mientras el personal médico se apresura por los pasillos, la chica, en un tropel de palabras, intenta explicar todo lo que ha vivido, pero solo acierta a decir: ¿Sabías mamá, que los gatos de tres colores siempre son gatas?...

            Cuando los médicos irrumpen en la habitación la miran incrédulos, los controles indican que todo está en orden. Parece que se va a recuperar. No se aprecian secuelas, lo peor ha pasado.

            Con el trajín y la excitación del momento nadie repara en la cadenita que pende del cuello de Cristine, en la que hay ensartada una cestita tallada en un hueso de aceituna…

 

 

                                               MARIA  JOSÉ RUIZ DE ALMIRÓN SÁEZ