domingo, 8 de enero de 2012

LA IMPORTANCIA DE LA AMISTAD

LA IMPORTANCIA DE LA AMISTAD

      Relato finalista en el concurso de relatos de Invierno 2011 del diario Ideal


      -Antoñito ¿has escrito la carta a los Reyes Magos?- le preguntó Marisa a su hijo de siete años.
      -No- contestó el niño
      - y ¿a que estás esperando? Ya es quince de diciembre, los Reyes tienen que preparar los regalos para poder luego repartirlos…
      - No voy a escribir ninguna carta- contestó Antoñito enfurruñado.
      -Entonces lo mas probable es que los Reyes piensen que no quieres nada este año y no te traigan cosa alguna.
      -Es que no quiero ningún juguete mamá.
Marisa se aproximó a su hijo, le miró a los ojos con preocupación y acariciándole el pelo con cariño le dijo: -¿Qué tienes mi niño? ¿Por qué no quieres ningún regalo de los Reyes?
      -Porque no me servirían para nada.
      -Pero si tú soñabas con una bicicleta…
      - Un bicicleta es inservible si no tienes un amigo que te acompañe en tus paseos, un amigo con quien hacer carreras- contestó el niño
      -Pero ¿y el juego de la videoconsola que tanto deseabas?
      -No es divertido jugar a la videoconsola solo, sin nadie con quien competir y reirte-
      -¿ y el balón del Barcelona? ¿y el Monopoly? ¿Y el garaje lleno de cochecitos?....
      - Mamá, no sigas, no voy a pedir nada. Yo solo quiero que vuelva Santi, y como sé que eso no es posible, no necesito ningún juguete. Me aburriría jugando solo.
      Marisa quedó desolada al oír las palabras de su hijo. Hacía ahora un mes que su amigo Santi se había marchado a vivir a otra ciudad. A su padre le habían trasladado en el trabajo y no se sabía si volvería algún día.
      Antoñito estaba desde entonces muy triste, iba al colegio, hacía sus deberes, pero no jugaba con nada, le faltaba su amigo, ese amigo al que había calificado como “amigo para siempre”, y ahora resultaba que ya no le iba a volver a ver mas.
      Marisa creía que con la Navidad y la llegada de los Reyes, Antoñito iría haciéndose a la idea y que con los regalos nuevos conseguiría acostumbrarse a la ausencia de Santi, pero no parecía que eso iba a suceder.
      El día de Nochebuena, Marisa estaba preparando la mesa para la cena, los abuelos y los tíos no tardarían en llegar. Antoníto había aceptado vestirse con camisa y corbata para no contrariar a su madre, pero no tenía ganas de fiesta y mucho menos de ver a sus dos primas tan “repipis” como siempre. Si Santi hubiese estado, la cosa hubiera cambiado, pues hubieran ideado mil bromas para fastidiarlas y se habrían reído de lo lindo.
      Sonó el timbre.
      -Antoñito ve a abrir, serán los abuelos- dijo su madre.
      El niño se dirigió con desgana a la puerta y la abrió. Lo que vio le pareció una alucinación. Allí delante de él estaba Santi, con una risita picarona, que le decía: -¡Hombre no era necesario que te pusieras tan elegante para recibirme!-
      Se abrazaron y comenzaron a hablar a la vez. Antoñito preguntaba que cómo era posible, Santi explicaba no se que de una plaza aquí para su padre. Los dos estallaron en carcajadas. Al oír semejante barullo, Marisa fue a ver que pasaba y allí contempló la importancia que la amistad tenía para aquellos dos niños, que continuaban abrazados y parloteando sin parar.
      En ese momento Antoñito se volvió a su madre y le dijo: -Ya tenemos los dos el mejor regalo de Navidad, mamá, Santi ha vuelto para quedarse …. Pero ¿tu crees que aún tenemos tiempo para escribir la carta a los Reyes Magos?.


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jueves, 5 de enero de 2012

HOY ME VOY DE VIAJE




HOY ME VOY DE VIAJE

RELATO GANADOR DEL XVIII CERTAMEN LITERARIO VALENTÍN SANCHEZ DE VILLANUEVA MESÍA.(2011)


Celia había nacido en La Habana , no se podía afirmar que era mulata, pero tenía ese puntito canela característico de esas tierras caribeñas. Todo lo  que conocía del mundo se concentraba en aquella bellísima ciudad, aquel maravilloso clima y aquella buena gente, cercana y dispuesta siempre a echar  una mano.
Ya desde niña se adivinaba la belleza en la que se convertiría años  después y el “ritmo sabrosón” que corría por sus venas, pues siempre andaba  bailoteando al son de una salsa imaginaria.

Estaba empleada en la fábrica de habanos, un lugar donde, desde la puerta de entrada golpeaba el olor acre y penetrante de las grandes hojas de tabaco secas, que, unido al calor, la humedad y a la multitud de empleados

que componían la plantilla, hacían bastante irrespirable la atmósfera reinante.
Pero ella, al igual que el resto de trabajadores parecía no advertirlo, y se afanaba, con sus largos dedos y con esa habilidad especial que poseen los cubanos, en dar forma a esos imponentes puros habanos, que hacían las

delicias de los fumadores de todo el mundo.
Un vigilante leía de forma cansina y monocorde las noticias del periódico local, y a continuación se dejaba oír una emisora de radio que relataba con rítmico ronroneo una novela de amor.

La vida en la fábrica discurría lentamente, cada día igual al anterior e idéntico al siguiente, nada cambiaba nunca.
Celia cuidaba de su padre, enfermo de asma. Nunca tuvo el hombre buena salud, máxime si tenemos en cuenta que desde que se levantaba hasta que volvía acostarse, de forma permanente, había un puro colgando en su boca.

El doctor le había prohibido terminantemente fumar, le había aconsejado que sustituyera el tabaco por algún que otro “ronsito con miel”, pero él simultaneaba ambas cosas.

De esta forma pasaba la vida Celia. Los cambios políticos y la Revolución Castrista no marcaron ningún hito en su vida. Poco tenía antes y poco tenía ahora.

Una mañana, la oportunidad llamó a la puerta de su casa. Una vecina vino a buscarla para ver si se atrevería a sustituir a una hija suya que trabajaba de bailarina en el Tropicana y que se encontraba enferma. Celia no supo qué decir, pero el apuro de la mujer y la ilusión que a ella le hacía bailar, pudieron con su indecisión, y allá que se presentó en el famoso cabaret. Nada comunicó a su padre sobre esta decisión, se habría negado en rotundo, y ella no quería darle un mal rato, total sólo era para una temporada.


El empresario quedó impresionado ante la imponente belleza de Celia, que venía acompañada por la madre de la otra chica, la cual, al parecer, iba a estar una buena temporada sin poder asistir, y con una mirada algo lasciva, le dio el visto bueno al cambio. El hombre no tenía consigo la seguridad de si aquella muchachita delgada como una espiga y de profundos ojos marrones, valdría o no para bailar, pero aunque fuera como elemento decorativo valía la pena.


Celia demostraría, meses mas tarde, cuando pasó a ocupar el puesto de primera bailarina, que sí valía para eso, y también para entonces ya había dejado muy claro que era una chica decente, y no iba a ceder a ninguna de las libidinosas proposiciones del gerente de la empresa, cuya mirada lasciva dejó paso a otra de inmenso respeto.
No tuvo mas remedio que poner a su padre al corriente de su nueva ocupación, al principio se enfadó mucho, la increpó ¡y de qué manera!, pero Celia le hizo comprender que no había lugar para la preocupación, e incluso le llevó a conocer al gerente, que relató maravillas sobre su comportamiento en el local.

Corrían tiempo difíciles y de gran escasez, el embargo económico que padecía la isla hacía que muchos productos no solo escasearan, sino que algunos no existían en absoluto, tal era el caso de los aerosoles necesarios para el asma de su padre. Celia debía ingeniárselas a través de contactos con el exterior para hacerse con ellos, eso si, a precio de orillo. Aún así, Celia siempre pensó que como en Cuba no se vivía en ningún sitio, allí no conocían la prisa, todo discurría naturalmente “al calorsito” de un buen ron.

Pero llegó un día en que un joven empresario español, acudió a ver el espectáculo de la conocida sala de fiestas, y cuando terminó la función la esperó a la salida. Fue muy amable, la invitó a un café que ella aceptó no sin cierta reticencia, e incluso le regaló un maravilloso perfume que, en principio, Celia rechazó pues no quería crear falsas expectativas en aquel extranjero, pero que al final terminó aceptando pues los ojos de aquel hombre tenían algo que inspiraba confianza.

Nunca usó aquel perfumen, solo, de vez en cuando, abría levemente el tapón y aspiraba el delicado aroma, pero sin atreverse a desperdiciar ni una sola gota sobre su piel. No en vano era el primer perfume que había tenido en su vida y suponía que también sería el último.

Cada noche, el español la esperó para acompañarla a casa. Largos paseos por las callejuelas de la Habana Vieja y bellísimos atardeceres juntos, en el malecón, convirtieron aquella amistad en un profundo amor.

Antonio, que así se llamaba el español, no era un turista, tenía intereses en una naviera en el puerto de la Habana, y aunque a veces viajaba, no tardaba en volver junto a Celia. Las largas conversaciones sobre España, sus paisajes y sus gentes , las descripciones maravillosas que Antonio hacía para ella, cuando le hablaba de los toros, de las fallas de Valencia, de la feria de Abril en Sevilla, del Corpus en Granada, y tantas fiestas propias de España, o cuando describía monumentos maravillosos, catedrales góticas y románicas en 
Castilla, la Alhambra de Granada, la imponente Mezquita en Córdoba, 
llenaban las cálidas tardes de los dos enamorados. Pero el momento de 
disfrute mas pleno para Celia, era cuando Antonio le relataba anécdotas 
acaecidas en su pueblo, una pequeña localidad de la provincia de Granada, 
que el español describía al detalle, y a cuyos vecinos, Celia ya conocía como si 
fueran propios.

Tantos días soñando con España y su amor por aquel español, hicieron que Celia deseara, mas que nada en la vida, viajar a este país.
El tiempo discurría lento y apacible, nada cambiaba en aquel escenario del paraíso, salvo cuando alguna tormenta tropical se empeñaba en destrozar la maltrecha ciudad, y entonces, los habaneros volvían a poner todo en funcionamiento en un tiempo record con los escasos medios con los que contaban, y en pocas semanas el paisaje retomaba la calma y la normalidad.

Una tarde, en la que se habían citado junto al malecón, Antonio se presentó con el semblante muy serio y con voz grave le explicó que debía volver a España definitivamente. Celia se sobresaltó y el corazón comenzó a galoparle en el pecho, un miedo tenaz se apoderó de ella al pensar en perder el amor de aquel hombre para siempre. Luego, Antonio añadió que no quería irse solo. Los dos sabían lo que eso significaba, sabían que Celia, al convertirse en su esposa, podría abandonar legalmente la isla, dejaría atrás la 
vida de privaciones que hasta entonces había llevado, podría disfrutar de todo 
aquello de lo que siempre había carecido, aunque su relación con Antonio 
había mejorado en gran medida sus condiciones de vida, pues él le traía del 
extranjero vestidos, zapatos preciosos, cosméticos y como no …jabón , el 
deseado “jabonsito de olor”, que Celia no usaba sino para perfumar los 
armarios.

Desde que le conocía no tuvo ya problema alguno para obtener la medicación de su padre, el cual continuaba bastante delicado, pero seguía resistiendo. Al menos no habían empeorado sus problemas respiratorios.

Ahora, de realizarse esa boda, Celia podría disfrutar de todo lo que no tenía en Cuba, al lado del gran amor de su vida y realizar su sueño mas deseado: 
¡Viajar a España!, a la que ya amaba intensamente a través de las palabras de aquel hombre que había conseguido que se sintiera unida a este país, aun sin haberlo pisado.

Todos estos pensamientos maravillosos pasaron por su mente como un 
destello, pero ni la increíble puesta de sol , de color naranja intenso, que en ese momento bañaba el malecón habanero, ni la brisa cálida que ondulaba su melena de color castaño oscuro, pudo borrar el rictus amargo que se formó en sus labios. La realidad se erguía ante ella como una sombra inmensa yamenazadora: Ella no se podía ir, su padre la necesitaba mas que nunca, estaba solo y enfermo, no podía abandonarle, tampoco cabía la posibilidad de que el anciano pudiera abandonar la isla.

Con el rostro bañado en lágrimas, Celia negó con la cabeza, Antonio fue a replicar, pero ella le puso un dedo en sus labios, con infinita dulzura, para ahogar sus protestas. No quería desperdiciar ni un segundo del poco tiempo 
que le quedaba para estar junto a él. Con una agilidad casi felina se enlazó a la cintura de su amado y los enamorados se fundieron en un prolongado beso, jurándose amor eterno y con la promesa de Antonio, que ambos intuían que nunca se cumpliría, de volver a la isla. De esta forma fue como Celia, con el 
corazón desgarrado, vio partir al hombre de su vida, a su único y gran amor, y 
con él, perdió también para siempre la esperanza de viajar a España, la gran 
ilusión de su vida.

Cada tarde podía verse, la silueta de Celia , recortada en el fondo rojizo y anaranjado en la distancia, de la puesta de sol, sentada sobre el malecón, la melena ondeando al viento, y la vista puesta en la dirección en la que ella 
consideraba que estaba España. No estaba segura de si lo que deseaba adivinar en la lejanía era la improbable llegada del un barco que le trajera a su amor de vuelta, o solo lo hacía por rememorar aquellos maravillosos momentos que pasó junto a él. En cualquier caso, cuando el sol terminaba de esconderse 
tras ese inmenso mar, y las sombras avanzaban amenazantes sobre los 
cercanos edificios, su rostro estaba bañado en lágrimas.

Esta mañana, como cada día, se levantó temprano, peinó su melena hacia atrás, formando un gracioso moño, cortó un ramito de rojas buganvillas y lo prendió en su pelo, rebuscó en un cajón de su viejo armario y encontró un bellísimo collar de turquesas que Antonio le regaló, su mirada se posó en aquel frasquito de colonia que Antonio le obsequió aquella primera noche, y que permanecía en un rinconcito. El líquido ambarino se había evaporado hasta mas de la mitad del frasco, tal vez por las muchas veces que lo abrió para 
rememorar, con su aroma, la presencia de su amor.


Tomó con sumo cuidado el collar y se lo puso sobre la desgastada blusita blanca, completó su atuendo con una alegre falda floreada, agarró un cestito y salió a la calle.

A lo lejos divisó un grupo de turistas que se arremolinaba en la puerta de“ La bodeguita del Medio”, intentando probar el famoso mojito.
Le pareció que alguien hablaba español, se acercó hasta mezclarse entre ellos, como siempre hacía cuando veía un grupo de españoles, pues disfrutaba al oír ese acento tan amado.

Una de las turistas, fascinada por la apariencia de Celia, y ese aire afable que la rodeaba, le pidió hacerse una foto con ella. Celia accedió de  buen grado, y con lágrimas en los ojos y una felicidad radiante en el rostro levantó las manos al cielo y exclamó: ¡Muchas gracias Virgencita de la Caridad del Cobre, porque hoy me voy de viaje, finalmente, a mis ochenta y cuatro años, en esta foto, viajo a España!, y su ajado rostro esbozó la mas juvenil de sus sonrisas.


(Este es un relato totalmente de ficción, lo único verdadero es el último párrafo y la señora de la foto, que realmente pronunció las palabras que dan título a este relato).
A  continuación pongo la foto en la que viajó a España.
 

¡¡REGALO ABRAZOS!!

¡¡regalo abrazos!!
FINALISTA CERTAMEN CUENTOS DE INVIERNO DEL (DIARIO IDEAL –NAVIDAD 2007)
Mª José Ruiz de Almirón Sáez




Caminaba pesadamente, mientras el viento lanzaba hojas secas contra sus piernas El aire, cargado de partículas, le  golpeaba el rostro y hacía que le llorasen los ojos. Hacía un frío cortante, aunque algo húmedo. El mes de diciembre se comportaba de forma habitual. Las luces de los adornos navideños en la fachada del Corte Inglés, producían destellos en su cara, y las bombillas en los árboles de la Carrera de la Virgen, iluminaban de forma inusual el bulevar, donde se arremolinaban las hojas.
La gente andaba deprisa, todo el mundo necesitaba llegar a sus diferentes destinos cuanto antes. Sólo Ana no tenía ningún motivo para apresurarse. La Navidad le resultaba odiosa, no tenía necesidad de ir a buscar regalos, tampoco es que tuviera dinero para ello.
Su vida había transcurrido con mas pena que gloria, su padre, al que nunca conoció, parece ser que andaba cumpliendo condena en alguna cárcel del país. Su madre, incapaz de hacerse cargo de ella. Por motivos económicos o por sus múltiples adicciones, la había internado en un colegio con pocos meses de edad, y a partir de ahí, su peregrinación por diversos hogares de acogida había sido imparable.
Nunca tuvo la suerte de sentirse integrada en alguna de aquellas familia en las que se trató de hacerla encajar. Tampoco tuvo la suerte de que alguno de aquellos “padres postizos” se encariñase con ella. Siempre la trataron como un juguete, que tras un tiempo de novedad, deja de ser divertido, y una vez tras otra la devolvieron al colegio. Con doce años, ya nadie estaba interesado en su acogimiento y mucho menos en su adopción, así que continuó bajo la rigidez de las religiosas hasta que cumplió los dieciocho años.
Ahora vivía en un piso tutelado, le habían proporcionado un contrato de trabajo que estaba a punto de finalizar, y la entrevista para un nuevo empleo que acababa de realizar, había resultado fallida.
-“No das el perfil”, había aducido el empresario.
Ana estaba abatida, muerta de miedo antes su futuro, sola y sin recursos, no tenía salida. Su cara reflejaba una amargura infinita, que contrastaba con la felicidad de las personas con las que se cruzaba, pero nadie reparaba en ella.
Estaba llegando a Puerta Real, cuando, a la altura de la Fuente de las Batallas, un orondo Papá Noel, de amplia sonrisa y ojos chispeantes, la vio y corrió hacia ella. Llevaba colgado un cartel en el pecho en el que se leía “REGALO ABRAZOS”.
Hubo un momento en el que Ana pensó en cambiar su trayectoria y huir del camino de aquel chiflado, pero el momento de vacilación fue suficiente para que aquella mole de goma-espuma roja estuviera rodeando su cuerpo con un gran abrazo. Estaba pensando en apartar bruscamente al desconocido, cuando notó una sensación hasta entonces desconocida para ella, aquel bienestar y aquel calor que el
produjo el abrazo, nunca antes los había sentido, recordó que nunca en su vida ninguna persona la había abrazado, jamás había experimentado una muestra de afecto por parte de nadie, y esto… era tan agradable.
Por extraño que parezca, Ana le dedicó una sonrisa a aquel grandullón y le dio las gracias de corazón. El barbudo solo dijo: “JO,JO,JOOOOOO” y se marchó. Ana necesitó unos segundos para procesar lo que le había ocurrido. Se volvió y vio a aquel hombre abrazado a una señora que ponía cara de sorpresa, su sonrisa se amplió.
El sonido del móvil la sacó de su ensimismamiento, una voz al otro lado de la línea le comunicó que su contrato había sido renovado de forma indefinida. Empezó a pensar en sus compañeras de piso, eran buena gente, estaban tan solas como ella, merecían que les comprase un detalle, y sobre todo, les daría un abrazo cuando se lo entregara, ellas también estaban faltas de cariño, y comprendió que costaba
muy poco hacer feliz a otro. Una alegría, inusual en ella, la invadió y, de pronto, se vio riendo a carcajadas delante del Teatro Isabel la Católica. Las lágrimas surcaban su rostro, pero por primera vez eran lágrimas de felicidad, todavía notaba el calorcillo que había sentido en el corazón con el abrazo de aquel desconocido, volvió a mirar hacia atrás, pero ya no vio a Papá Noel.


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LA FLORISTA


LA FLORISTA

(Finalista en el certamen Relatos de Invierno diario Ideal ) (Navidad 2006)


Comenzaba diciembre en aquella pequeña ciudad nevada y fría. Delya decoraba con gran ilusión la tienda de flores que pensaba inaugurar al día siguiente. El camión del vivero acababa de aparcar en la puerta de la pequeña floristería que Delya había conseguido montar, con mucho esfuerzo, tras varios años de ahorro y privaciones.
Al morir su padre, abandonó su pueblo, se había quedado sola en el mundo, solo contaba con la inestimable compañía de su perrillo Cuco, que era el único que le hacía olvidar sus problemas y le arrancaba alguna sonrisa.
Los empleados del vivero la sacaron de sus pensamientos, haciéndole preguntas sobre el sitio donde debían poner las cosas. Descargaron un montón de abetos plantados en preciosos tiestos, listos para ser decorados en casa.
También dejaron lindas macetas con flores de pascua de un color rojo chillón, que imprimían un ambiente muy navideño al lugar, y sobre el mostrador había multitud de arreglos florales con lazos de colores y flores maravillosas que se convertirían en el centro de las mesas en nochebuena.
Delya se quedó extasiada mirando las flores, aunque a ella las que de verdad le gustaban eran las margaritas, tan humildes, pero a la vez tan blancas, con su botón dorado. Le recordaban su infancia en el campo, cuando era una niña que amaba la naturaleza y soñaba con ser florista.
El empleado del vivero le extendió la factura que ascendía a una buena cantidad. Delya acordó que pagaría pasada la Navidad, cuando hubiese realizado la mayor parte de las ventas.
Cuando el camión se marchó, con mucha ilusión comenzó a colocarlo todo. Puso los pascueros en el pequeño escaparate y en el centro colocó un bonito Belén antiguo, herencia de su abuela, que tenía el Niño Jesús mas regordete y sonrosado que ella había visto nunca. Le encantaba este Nacimiento, por lo que pensó, que sería una buena idea tenerlo en la tienda.
Era tarde cuando terminó de arreglarlo todo, y se marchó a su casa. Aunque tenía sueño y estaba cansada, se puso a preparar unas octavillas, escritas por ella misma, para informar a sus vecinos de la apertura de la pequeña floristería.
Su perrito Cuco, que se llamaba así por lo avispado que era, la miraba con ojitos atentos, sabedor de la importancia del trabajo de su amita. Delya le acarició las orejitas de punta y le dedicó una tierna sonrisa.
A la mañana siguiente madrugó y repartió la propaganda que había preparado y después fue a abrir la tienda.
Pasaron horas y nadie entraba, la gente miraba el escaparate, pero nadie se aventuraba a entrar.
Delya se armó de paciencia y esperó y esperó, pero al final de la tarde nadie había traspasado el umbral.
Estaba desanimada y casi con lágrimas en los ojos, cuando un niño de unos diez años abrió tímidamente la puerta. Delya se apresuró a saludarle y el niño pregunto el precio de un centro de flores que había en el escaparate. Se veía que tenía buen gusto, pues se había fijado en el mas bonito de todos. El niño le explicó que se madre llevaba varios días ingresada en el hospital y que quería poner algo alegre en aquella habitación tan triste. Delya le indicó que valía cincuenta euros y el niño metió la mano en el bolsillo y extrajo un billete arrugado de cinco euros y unas monedas de dos céntimos. Muy triste bajó la cabeza y se dispuso a marcharse. Delya salió tras de él y le cogió del hombro.
- No me has dejado terminar, le dijo, he decidido que mi primer cliente lleve su compra gratis, y ¡fíjate que suerte has tenido, ese cliente eres tu! -
Al chico se le iluminaron los ojos, cogió el precioso arreglo floral con sumo cuidado , le dio repetidamente las gracias y se marchó.
Delya quedó desolada, no solo no había vendido nada en todo el días, sino que se permitía regalar las cosas. De seguir así, el negocio no duraría y tendría que cerrar.
Cuando volvió a casa, ni las caricias de Cuco lograron arrancarle una sonrisa, se sentía abatida, pero no lograba olvidar la cara tan triste del pequeño y la gratitud que vio en sus ojos al salir.
Decididamente no se arrepentía de haberle regalado las flores.
Los dias y las semanas que siguieron transcurrieron de la misma forma, apenas alguien entraba a preguntar algún precio, pero nadie compraba. Las macetas se estaban estropeando, las flores cada vez mas marchitas y los abetos …¡parecía que nadie celebraba la navidad en aquella ciudad!
Cuando volvió a casa, la noche antes del veinticuatro de diciembre, Delya lloraba en silencio.
Su sueño de ser florista había sido un fracaso, no solo no había ganado nada, sino que ahora debía afrontar la factura del vivero. Como estaba muy cansada se quedó dormida y soñó que el pequeño niño Jesús regordete se bajaba de su pesebre y se paseaba por la tienda y allí por donde pasaba, todo se llenaba de vida, las flores se ponían preciosas, todo brillaba y parecía mágico.
Al despertar, muy triste, fue a abrir su tienda y al levantar la persiana, se quedó paralizada y con los ojos como platos. Dentro de la tienda había un resplandor dorado que lo iluminaba todo, las flores lucían en su máximo esplendor, los abetos estaban todos decorados con bolas brillantes y lazos dorados y los centros de flores eran los mas hermosos que cabía imaginar.
Pensó que ahora sí estaba soñando, pero la voz de una anciana muy elegante, la sacó de su ensoñación cunado le dijo:
-Señorita prepáreme el abeto mas bonito que tenga.
Al ir a cogerlo, vio una larga cola de personas que esperaban su turno para comprar en su tienda, y en la esquina de la calle estaba el niño, que semanas atrás había llevado el centro de flores a su madre, y que ahora le sonreía con cara de felicidad y la saludaba con la mano.
Una señora que estaba en la cola, le decía a otra:
-Ha sido milagroso, la mujer estaba a punto de morir, cuando su hijito apareció con un centro de flores preciosas. Inexplicablemente mejoró al tocarlas. Los médicos están atónitos, pero ya le han dado el alta y pasará en casa la nochebuena.
Delya se quedó perpleja al escucharlas, pero siguió atendiendo a todo el mundo. Y al sacar del escaparate la última flor de pascua que le quedaba, pues había vendido todo lo que tenía en la tienda, se fijó en el Nacimiento que había colocado entre los pascueros y tuvo que parpadear varias veces pues le pareció que el Niño Jesús tenía una sonrisita extraña y le había guiñado un ojo.



Mª José Ruiz de Almirón Sáez


EL MEDIQUILLO QUE ME VA A HACER MILLONARIO


EL MEDIQUILLO QUE ME VA A HACER MILLONARIO
Relato finalista en el concurso Relatos de Agosto ( diario Ideal)
Escrito por María José Ruiz de Almirón Sáez
Martes, 18 de Agosto de 2009 08:37


  Corrían los años setenta, yo empezaba mi carrera de medicina fuera del pueblo que me vio nacer. Este cambio de paisaje, que a mí tanto me excitaba, supuso un gran disgusto para mi familia, especialmente para mi madre que no se resignaba a tener lejos a su hijo pequeño. Para mí, que me había criado en un pueblecito del interior, empezar a vivir en Cádiz, fue un soplo de aire fresco en mi vida. La proximidad del mar, esa luz que inunda la bahía, el carácter abierto y cercano de sus gentes, me cautivó de inmediato. Me hospedada en un colegio mayor cercano a la facultad, y cada mañana recorría el entramado de callejuelas adoquinadas para ir a clase. Sólo llevaba unos meses allí y ya saludaba a varias vecinas, con las que coincidía cada día, como si fueran de mi familia. Tenía yo la costumbre de levantarme con la hora justa, así que solo podía tomar un café rápido en el colegio, y a media mañana, entre clase y clase, me acercaba a una frutería cercana a la facultad y me compraba una pieza de fruta. No andaba mi economía boyante como para comprar mas cantidad, así que cada mañana, sobre las once, se repetía el mismo diálogo al entrar yo en el establecimiento:
_¡Hombre, mira el mediquillo que me va a hacer millonario! Exclamaba Antonio, el dueño de la frutería.
_ ¿Qué te vas a comer hoy , una manzana o un plátano?
Y sin darme tiempo a elegir, me tendía un plátano amarillo y lustroso y añadía:
_¿Cómete mejor un plátano, que tiene mucho fósforo!
Yo me echaba a reir y le corregía:
_Que no, Antonio, que el fósforo lo tiene el pescado. El plátano lo que tiene es potasio.
_¡Pues eso mismo he dicho! ¡venga cómetelo "pa" que te pongas inteligente!.
Los días se sucedían plácidos, alternando mis extensas horas de estudio, con mis largos paseos por la playa,
mis charlas con los pescadores de La Caleta, que me daban esa cultura sobre el mar y la gente, que no se encuentra en los libros y también, he de decir, que alguna fiestecita entre compañeros llenaba mis horas de ocio.
Una mañana, cuando hice mi acostumbrada visita a la frutería , Antonio el frutero, tenía mala cara. Unas oscuras
ojeras orlaban sus ojos.
_¡ Hombre, el mediquillo que me va a hacer millonario! exclamó como siempre:
_ Buenos días Antonio ¿se encuentra usted bien? Le pregunté.
_Pues, la verdad, es que no. Los riñones no me han dejado pegar ojo esta noche, y es que tengo en ellos "toas las piedras que faltan en la playa", repuso.
En la semana siguiente no le vi en la frutería. Su mujer me dijo que tenía un cólico nefrítico, pero que eso era habitual en él y que en unos días estaría allí, de nuevo.
Efectivamente, en una semana, Antonio se encontraba ya en su frutería dándome lecciones de bioquímica:
_"Shiquillo cómete este plátano que tiene mucho fósforo..."
Pasaron los años y muy a mi pesar, abandoné aquella ciudad que marcó un antes y un después en mi vida, y
pasé por otras muchas, pero ninguna dejó impreso el sello que aquellas gentes sencillas grabaron en mi corazón.
Actualmente coordino la unidad de trasplantes en un afamado hospital andaluz y, la semana pasada, cuando me incorporaba a mi turno, mi compañero me ponía al tanto de los ingresos que se habían producido. Me hablaba de un paciente en estado crítico. Se encontraba en diálisis, pues sus cansados riñones habían dejado de funcionar por completo. El paciente se encontraba en lista de espera para un trasplante desde hacía tiempo, pero el riñón compatible no llegaba, y la vida del enfermo se apagaba.
Me dirigí a la habitación del paciente, que se encontraba sedado y semi-inconsciente y cual no fue mi sorpresa, al descubrir a un Antonio visiblemente deteriorado, porque, aunque habían pasado sólo quince años desde que abandoné Cádiz, Antonio había envejecido mas de treinta. Su estado no le permitió reconocerme y me sentí muy apenado por él, porque nunca había logrado borrar de mi memoria a ese buen hombre, tan sencillo, pero con tanto carisma.
Movilicé a la unidad con mas énfasis, si cabe, para encontrar el riñón que Antonio necesitaba, pero desgraciadamente no era fácil, sólo un milagro salvaría su vida.
Días después, al terminar mi turno, el esperado milagro se produjo, había un riñón para él. Olvidé por completo las doce horas de trabajo que llevaba a la espalda, y organicé todo el equipo material y humano para efectuar el trasplante. Confiaba en que llegaríamos a tiempo, no quería perder a aquel gran hombre así, pero su estado era crítico. En media hora aterrizaba el helicóptero que nos traía, en una neverita, la vida para Antonio.
Tras varias horas de quirófano, mi equipo y yo nos quitamos las mascarillas satisfechos, el trasplante había sido un éxito, y Antonio había resistido como un jabato. Tendría una nueva oportunidad.
Al volver de la anestesia, ya tenía mejor color y al recuperar la consciencia, me miró sorprendido, pero con la misma complacencia que cada día me tendía una pieza de fruta, y como si fuera una de aquellas mañanas en Cádiz, exclamó, con voz todavía ronca por haber estado intubado:
_¡Hombre, el mediquillo que me ha hecho millonario!
_ No, Antonio, esa no es la frase, le corregí, es : el mediquillo que me va a hacer millonario.
Entonces, haciendo un esfuerzo para intentar incorporarse entre las lianas de sueros entre los que se hallaba inmerso exclamó:
_¡No "pisha", no me he "equivocao" tu me has hecho millonario ya, porque me has devuelto la vida y eso, no hay "billetes en el mundo pa pagarlo". Por algo te hice comer tantos plátanos .¿Ves la inteligencia que te ha dado el fósforo?
                                                     



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